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A un minuto para las seis Hollis sacó su reloj. Suspiró, volvió a colocar el reloj y se reclinó en su silla. Una mirada por la ventana le mostró que la calle estaba desierta excepto por aquí y allá un poni de vaca inclinado sobre uno de los rieles de enganche y uno o dos carros parados frente a una tienda.
— La llegada de la ley,